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  • Huelga decir que el tono encomi stico de estos

    2019-04-29

    Huelga decir que el tono encomiástico de estos elogios convirtió dopamine receptor antagonist este género en una tipología discursiva algo maniquea, abrumada por los abusos retóricos y laudatorios. Se trataba tanto de exhibir una trayectoria vital consagrada a la ciencia, como de hacerlo empleando un registro estetizado, que exhibiese el dominio del buen gusto. La amplificación apologética de las virtudes de los sujetos elogiados, recreaba formas de la narrativa biográfica, que permitían la llegada a un público culto pero no necesariamente especialista, capaz de valorar los progresos aportados por esos practicantes de la ciencia cuyas vidas estaban orientadas por el talento, el mérito, una ética profesional que devenía en servicio a la humanidad y la colaboración en la construcción de una obra colectiva: la ciencia. Situado entre la oratoria y la memoria histórica, el elogio cumplía una función documental que se conjugaba, a su vez, con la nota moralizante heredada de la escritura hagiográfica: se pretendía mostrar una vida tan verdadera como ilustrativa de un arquetipo de moralidad, que se proponía como ejemplo a emular, lo cual conllevaba una visión del mundo, una ética y una ideología. Por ello, es bastante evidente que el elogio suele ser útil a las campañas del presente: la vida ejemplar presentada afianza la autoimagen corporativa de un grupo, asociación, partido o campo profesional. No hay que olvidar, por otra parte, que todo discurso fúnebre es primordialmente un ejercicio simbólico destinado a los vivos, tendiente a legitimar un orden social dado. En ese sentido, la muerte autoriza discursos eunómicos, que buscan exhibir y convalidar el buen funcionamiento social. Es decir que el elogio fúnebre no es sólo una lamentación, sino una lección de vida, ad usum de los vivos. Asimismo, cuando el fallecido es el titular de un rol determinado —político, científico, cultural, etc.— el discurso fúnebre colabora en la definición del modo correcto de ejercer ese rol, lo cual queda fácilmente demostrado por la movilización de las corporaciones académicas y profesionales en esas circunstancias, en las que se ponderan los méritos de alguien considerado primus inter pares. Téngase en cuenta, además, que en muchas ocasiones, los textos que nos ocupan forman parte de “rituales cívicos” y que, como solía ocurrir con el retrato —que en las dos primeras décadas del siglo xx fue muy utilizado por los intelectuales para referirse a las obras de sus congéneres— no sólo tenían una dimensión escrituraria, sino que eran, además, géneros de la oratoria ligados a una cultura oral: banquetes, recepciones, ceremonias académicas, funerales. Por eso, varios discursos fúnebres o de homenaje académico se corresponden con una instancia performativa más compleja, de la cual los textos publicados en la revista son apenas un registro parcial.
    ALGUNOS CASOS EN LA REVISTA DE FILOSOFÍA Si recorremos ahora algunas de estas notas necrológicas publicadas en la RF, podremos detectar ciertas constantes y esbozar un mínimo mapa de sus características. Uno de los rasgos distintivos de estos escritos es que, a partir de la excusa luctuosa, diseñan una figura intelectual marcada por la apelación a valores universales. Por ejemplo, en 1915, con su seudónimo de Julio Barreda Lynch, el mismo Ingenieros reseña el escrito de Nicolás Besio Moreno, “La obra filosófica de Agustín Álvarez”, cuyo tema era la producción intelectual del sociólogo y educador que había fallecido en 1914. Dice Barreda Lynch: “La muerte de un pensador es siempre un acontecimiento luctuoso para la ciencia; la desaparición de un filósofo es una hora de duelo para la libertad [...]”. La idea de que el pensamiento filosófico y científico es nutricio para la libertad, permite inferir una concepción de la tarea intelectual en la cual los sujetos involucrados se rigen por valores universales, como los de justicia, razón o verdad que, a Multiforked chromosome la vez, son valores en sí mismos racionales y desinteresados, como señalaba en su clásico libro sobre el tema Julien Benda. Sin embargo, y a diferencia de esa independencia respecto de los fines pragmáticos que Benda consideraba definitoria de sus intelectuales —pues para él, el intelectual o clerc dejaba de serlo desde el momento en que se ponía al servicio de una idea o valor no universal, como los nacionalismos y otras formas gregarias y políticas— los sujetos cuyas vidas son elogiadas en la RF son ponderados, precisamente, por haber colaborado en la construcción de saberes, prácticas sociales o instituciones de carácter colectivo vinculadas a un proyecto de nación y, en eso, parecen encontrar un antepasado remoto en los médicos ilustrados que presentamos someramente en el apartado anterior. Esto es visible no sólo en las notas necrológicas, sino también en los discursos que homenajean a alguien en ocasión de su retiro o jubilación. En ellos encontramos rasgos comunes con las notas necrológicas, sobre todo en la idea de una herencia que deja el que se va, y que consiste en la transmisión de un habitus, como una forma secularizada de eternizarse. Se construyen así genealogías donde la línea de sangre se ve sustituida por la transmisión de un saber y de una serie de prácticas asociadas a ese saber. Por ejemplo, en la RF se citan pasajes del discurso del profesor Ángel Gallardo, pronunciado en ocasión de la jubilación del profesor Eduardo Holmberg, momento que la Universidad de Buenos Aires hizo propicio para conferirle el título de doctor en ciencias naturales honoris causa. Como en tantos artículos de tenor necrológico, éste, también celebratorio aunque festivo, está centrado en la finalización de una vida vista desde el ángulo de la productividad intelectual. De hecho, Gallardo dice que “esta ceremonia tiene además el carácter de una despedida por cuanto señala vuestro retiro como profesor de esta casa.” En ese discurso, publicado inicialmente en la revista Physis, órgano de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales y que la RF reproduce fragmentariamente, Gallardo se autorrepresenta como discípulo de Holmberg, a pesar de que no había sido su alumno en las aulas universitarias; es caracterizado también como un “ardiente campeón de la libertad” que, en potente imagen telúrica, “traía una ráfaga de vivificante pampero a la atmósfera enmohecida de nuestro laboratorio”. Pero lo que hacía que la “despedida, que podría parecer un ocaso”, se tiñese “con los arreboles de la aurora” era justamente la obra realizada en la formación de una “escuela de naturalistas argentinos con ferviente patriotismo, enamorados de la ciencia y de la vida, y con el culto de las ideas elevadas, nobles y desinteresadas”. Algo similar podemos observar en las palabras que Rodolfo Rivarola pronunció en el sepelio del profesor Antonio Porchietti, las que habían sido inicialmente publicadas en la Revista de la Universidad. En un claro ejemplo de cómo en estos elogios fúnebres se autorrepresentan colectivos e instituciones, dice Rivarola: “En nombre de la Facultad de Filosofía y Letras, doy esta última despedida al más antiguo de sus profesores de letras clásicas y al director fundador de su biblioteca”. Considera necesario explicitar que sus sentimientos son sinceros a pesar de que “Estas palabras son de ritual”, lo cual desnuda su conciencia de estar respondiendo tanto a una convención social como a una tradición oratoria. Al igual que Holmberg, Porchietti es elogiado por sus valores morales, su legado intelectual y su carácter pionero en la institucionalización de los estudios clásicos en la universidad: